miércoles, 1 de octubre de 2008

Una interpretación de "Una Vida y Dos Mandados" por José J. Contreras (del Grupo de Investigación Aplicada Paideia). Email: jose_j@lycosmai





Ficha Técnica de la película
Título: Una Vida y Dos Mandados
País: Venezuela
Dirección: Alberto Arvelo Mendoza
Intérpretes principales: Jordani Montilla, Nelson Ramírez, John Márquez, Germán Mendieta, Ramona Pérez, Bernardino Ángel.
Actuaciones especiales: de Andrés Magdaleno, Alfredo Carnevalli, Ingrid Muñoz, Leonardo Moreno y Alfonso Urdaneta.

Resumen
El alma andina, en el contexto histórico de la caída de Pérez Jiménez, luego Betancourt y la campaña de Leoni. La visión de un país por un niño que fue un adolescente y después un hombre joven, en Mérida. El mecanismo narrativo son los recuerdos que siguen la historia del protagonista que llega a los cincuenta años y a partir de una vieja fotografía que recibe de obsequio se introduce en el pasado, un sueño extraño y premonitorio. En su viaje al encuentro de las montañas donde creció y se hizo hombre hay opciones, caminos que se bifurcan, con un sesgo poético y la sucesión de hechos y acontecimientos. La recuperación de historias y de la memoria personal y colectiva…

El Mandado de “Una Vida y Dos Mandados”
"… me vine hace unos años a estudiar a Mérida. Mérida no me era extraña, al menos eso creía… Mérida no me era extraña porque, al menos yo así lo veía, era una ciudad que servía de reposo para dedicarse a pensar. Y para ese momento pensar significaba para mí: ensimismarse en la búsqueda por el desarrollo y la planificación de técnicas para la industrialización.
Sin embargo, al cabo de muy poco tiempo empecé a notar algo extraño en el modo del ser del merideño. En particular, me asombraba observar en profesores de la Universidad, cuya cultura es andina, la claridad con la que se comunicaban en el terreno de lo académico, mostrando, sin embargo, un silencio extraño ante tópicos más personales. No se trataba del respeto a la privacidad, sino de una forma de comunicación distinta que amerita del recién llegado un entrenamiento en la captación de las miradas esquivas. Esa misma mirada, huidiza y silenciosa, que en “Una Vida y Dos Mandados” refleja el amor del encuentro entre la madre y su hijo en el seminario de La Grita o el odio del paramero que le clava el puñal a su enemigo.
Creo que “Una Vida y Dos Mandados” interpreta y refleja el modo de ser del merideño. Ese modo de ser que se me hacía entraño y extraño. Su título conjuga la lucha, la esquizofrenia, y la cohabitación de principios culturales que soportan el comportamiento del oriundo de la ciudad de Mérida. Se trata de una cultura que manda caminos distintos en una sola vida. Por ello, su protagonista parece andar por mundos distintos, parece buscar horizontes distintos, parece alejarse del origen y parece tan cercano al mismo.
La película comienza con la presentación de un empresario exitoso, un hombre modelo de la ciudad industrial quien logró coronar sus proyectos. El hombre prototipo de la ciudad industrial es un individuo emprendedor que planifica. Es un gerente de proyectos que coordina la adquisición y uso de los recursos necesarios para el logro de ciertos objetivos previamente establecidos. Dichos objetivos están ligados a bienes intelectuales y materiales que, curiosamente, son buenos porque permiten ampliar la capacidad para la adquisición de un mayor número de bienes. Es decir, los bienes de la ciudad se caracterizan por ser recursivos: los bienes son buenos porque permiten adquirir otros bienes que a su vez son buenos porque permiten adquirir otros bienes y así, como el dinero.
En esta búsqueda el hombre citadino ha logrado construirse una naturaleza artificial. El citadino se mueve de artificios en artificios y este mundo el que considera más suyo, más humano. Dichos artificios le permiten despreocuparse de los atavares de la naturaleza primera. Este hombre no tiene que inquietarse por la culebra, por perder el camino en la neblina o por la impiedad del clima. El hombre de ciudad puede dedicarse a planificar. Se trata de un “hombre de futuro” que se proyecta sobre el porvenir con actitud desafiante. Se trata de un hombre que trata de eliminar todas aqullas amenazas e imprevistos que le impidan alcanzar los bienes planificados.
En “Una Vida y Dos Mandados”, Romer –su protagonista- es mandado a convertirse en un hombre de bien, entendido ello de un modo distinto a como se entiende en el páramo. De este modo, Romer comienza un largo proceso de educación y entrenamiento que lo irá llevando, poco a poco, a crear las condiciones mentales y abstractas para hacerse un hombre de ciudad que planifica y gerencia proyectos.
Comienza por disciplinarse en el internado de un Seminario y empieza a adquirir conocimiento. ¡Esto es importantísimo! En primer lugar, Romer se separa de su familia, de sus amigos, de su padrino, de su páramo y de su cultura. Comienza el proceso de acercarse al conocimiento de los rígidos modelos cristianos católicos, el latín, las artes y las matemáticas. El proceso fue exitoso, muy exitoso, y ciuando la disciplina del internado comenzó a oponerse a las metas personales que comenzaba Romer a visualizar, se va pa’l hijueputa, y abandona el Seminario.
El internado ya había cumplido su objetivo y se le deja. La vida continúa, deja La Grita y se va a una ciudad más grande, Mérida. Allí monta un tarantín y así el muchacho entra al mercado: compra y vende. Con el dinero que reúne adquiere uno de los bienes más importantes para el hombre de ciudad: el carro. Ese dispositivo por excelencia que permite la disminución de la distancia y del esfuerzo. Se acercan los pueblos del páramo y para allá se lanza con su amigo y su novia. Como buen citadino se va al campo a presentarles la cultura de la ciudad. Les lleva una obra teatral de títeres y, por supuesto, cobra por la entrada. El proyecto fracasa porque su socio, Cosme, se embriaga. Su embriaguez trataba de ahogar la certidumbre de la imposibilidad de convertir en realidad su propio proyecto, ¡ser ingeniero!
Mérida ya no cumple las expectativas de Romer y se va para Caracas, a vivir con un tío. En ella le escribe una carta a su madre y ¡miente! Dice dizque se rodea de la gente más importante del país y que su tío se ha convertido en un hombre importante. ¡Pamplinas! Se rodeaba de gente importante porque era el mesonero de un restaurant del Country Club caraqueño al cual asistía Rómulo Betancourt, se bailaba con la Billo´s Caracas Boys y porque Renny Otolina le llegaba a su comedor a través del dispositivo llamado Televisor. Su tío reflejaba lo que un hombre citadino no debía ser, un conformista que le bastaba con ganar unos “realitos” que le dieran para comer. Pero Romer, buen citadino, buen industrial, buen emprendedor, no se conformaba con eso. Romer entendía que la esencia de la industria no está en hacer los “realitos”, sino en reinvertirlos. Se ensimisma y se balancea en una mecedora buscando solución al problema.
A los pocos días, Romer parte. Se va para Los Llanos venezolanos. Se va a ganar menos dinero, pero entiende que ello tiene más futuro, es decir, que tiene más sentido con su actitud citadina. Tiene sentido porque se va como el maestro de la escuela. Ya no es un mesonero, sino un maestro. Con su trabajo enseña y aprende y ello es una inversión. Finalmente, tiene sentido porque con ello vuelve a llevar la cultura de la ciudad a los campesinos. Les enseña a leer, escribir y calcular: las herramientas básicas para la planificación en la industria.
Con ello, Romer se hace nuevamente mensajero de la cultura entrometida de la ciudad industrial. En efecto, la cultura citadina se cree universal y superior y por ello cree contar con el derecho para transformar cualquier otra alternativa de forma de vida. Y por ello, llega a todos los rincones posibles a través del televisor, la radio o la educación formal. Romer como maestro, se va a trabajar a la provincia para así colaborar en la transformación y el desarrollo del país. Se va a enseñar el progreso que conlleva la gerencia de proyectos a futuro como sentido de la vida.
La tempestad destruye la escuela y no sabemos más de Romer sino hasta que cumple sus cincuenta años. Allí, vemos al hombre maduro, a un hombre que ha logrado cosechar éxitos y coronar sus proyectos. Vemos a un buen emprendedor, un buen industrial.
Pero en ese mismo momento, Romer recibe un presente de su hermana. Se trata de una fotografía en blanco y negro. Estaban Romer, su madre y su hermana con la mirada enfocada hacia la izquierda. En dirección a la pequeña quebrada y el puentecito que comunicaba con la carretera de tierra que cruzaba el páramo y que llegaba a la ciudad. Con la mirada baja y en el camino por el que Romer se iría poco tiempo después.
Y en los recuerdos que la fotografía traía, Romer tiene un sueño. El niño que vivió en el páramo se encuentra consigo mismo en su caminar hacia la ciudad. Llega el momento de olvidar sus orígenes. Su asimilación completa en la dinámica industrial. Su asimilación completa como planificador de futuro. Y sueña la muerte de su madre. El niño del páramo le pregunta al Romer de un futuro, ahora presente, si no había visto a su mamá. Y en su búsqueda encuentra a Ninfa, su madre, en el ataúd, siendo lanzada al fondo de la laguna… Era el momento crucial, su realización completa como el hombre de la cultura ajena al páramo que su madre lo había mandado a ser.
'Su mamá ya no está…'
Y es en este momento que la visión paramera regresa a tropel. La muerte de su madre le vuelve a dar sentido a la visión paramera de la vida porque ella es en sí misma una cultura de muerte. Una cultura que cobra sentido en la constante co-presencia muerte.
Mientras el hombre de ciudad es un hombre de futuro, el paramero vive en la muerte. Vive en el fin que lo origina. El hombre de ciudad planea el proyecto que le proveerá de bienes y verifica los pasos, los recursos, las fortalezas, las debilidades, saca cuentas. El paramero es un silencioso contador de cuentos de aparecidos y de fantasmas. Cuentos sobre el más allá que se hace más “acasito”. Se trata de cuentos del misterio de lo oculto en la laguna, en la neblina, en la vida y en la muerte… El hombre de la ciudad cuenta números. El hombre del páramo cuenta cuentos. Por ello, en la mirada del paramero no se refleja la fijeza y el desafío del hombre de ciudad, sino un temor o un respeto hacia lo otro. Y por ello camina lentamente, con cuidado, como no queriendo pisar. Habla “pasito” como no queriendo aturdir. Mira de abajo hacia arriba, como el siervo, no queriendo irrespetar. El paramero no anticipa las variables y las amenazas, se “viste de bonito” y acepta conforme lo que Dios manda. “¿Cuál es el afán?”, pregunta el paramero extrañado, ante el afanoso afán por lograr algo incomprensible para él.
La armonía de la comunidad es también parte de la búsqueda de la comunión con el Todo. Una armonía comunitaria fundada en valores ancestrales que se transmiten en la construcción de la casa, en la comida en familia, en el trabajo conjunto. Pero también, en el asesinato del tal “Marcos Villarreal”, el cual siendo un recién llegado, osó cortejar a la muchacha que había sido decidida, silenciosamente, para ser la mujer de otro joven de la comunidad. Cultura comunitaria y muy local que encuentra semejanza en el canto de rancheras mexicanas de amores, balas y muertos… No es el objeto con que Romer, ya citadino, tiene placer en Los Llanos o en los pueblos del páramo. A la mujer se le debe respeto…
La cultura paramera es, básicamente, un orden fundamentado en la relación con Dios. El hombre de ciudad no tiene por qué creer en Dios. A veces dice que cree, pero normalmente acude a él cuando la realización de un proyecto necesita de un imposible. Se acude a Dios como la última opción, en espera del milagro. Muy distinta es la actitud en el hombre del páramo… la religión del páramo es otra cosa. En esta se religan cielo y tierra en una semejanza que diluye las fronteras… Hay un personaje de extrema importancia… San Isidro personifica al dios de la fecundidad del campo. A él se le hacen las ofrendas y se le ora por la lluvia. La comunidad entera camina hacia la iglesia, mientras la llovizna humedece la tierra. Romer y su padrino dejan de construir la casa y se van a orar, mirando, ahora sí fijamente, cómo Marcos Villarreal cortejaba animosamente.
Por otro lado, la Iglesia Católica ha basado sus creencias en modelos teóricos rigurosa y lógicamente construidos. Sus misterios son los axiomas por los cuales no se pregunta, se aceptan. Y de ellos se deducen, lógicamente, los dogmas de la iglesia.
Cuando Romer pregunta el por qué de uno de los misterios de la Iglesia, es reprendido. Y el sacerdote atina a bien inquirir que es culpa de su madre… En efecto, los orígenes de Romer eran distintos. Hay un momento en que el páramo se muestra diferente a la Iglesia. Se trata de la escena en que el padre de Romer está contando el cuento de un aparecido de la laguna a un grupo de parameros alrededor de una fogata. El papá de Romer, en el relato de sus cuentos, no apela a las escrituras, sino al compadre que presenció también otra aparición y que también la cuenta. El sacerdote del Seminario, de un modo muy distinto, verifica apelando a las escrituras que cuentan los dogmas de la Iglesia…
Romer no logró extirpar de su ser la actitud paramera, por el contrario cerró ciclos en los cuales volvió al origen. Romer concilió los mandados. La conciliación no ocurrió de la manera que lo había intentado en su juventud, cuando fue al páramo con la obra de títeres “El mago Karamoyero”. No, no se trató de banalizar la cultura como un producto de compra y venta. Si escuchamos cuidadosamente el mensaje de “Una Vida y Dos Mandados”, el mismo mensaje que se esconde en los apagones de la ciudad de Mérida, encontraremos que la conciliación no puede ser lograda mediante la explotación de la empresa turística. Ello significaría simplemente, la aniquilación del Páramo.
Si escuchamos los susurros del mensaje, escucharemos en su penumbra, el llamado del origen. Encontraremos las puertas del hogar cerradas, pero esperando que nos demos cuenta de nuestra vida citadina y su aislamiento, esperando que veamos cómo llegamos a nuestro alejamiento, nuestra soledad, nuestra arrogancia, nuestra avaricia, nuestra supuesta universalidad. Y cuando ello ocurra, cuando la ciudad aparezca en nuestro recordar sólo como un mandado, entonces las puertas del hogar se abrirán y nuestro origen se conciliará con nuestro presente. Cumpliremos el mandado en el retorno…"
Fuente: Contreras, J. (2003) El Mandado de Una Vida y Dos Mandados. En: Interpretando Obras Cinematográficas. Villarreal Miriam (compilador). Mérida: ULA/ CDCHT/ CSI. (págs. 88-98).

3 comentarios:

yerinel d rangel dijo...

felicitaciones a todas aquellas personas q realizaron esta maravillosa pelicula q dios los colme d exitos de venezuela para el mundo

Ramon Zambrano dijo...

Felicitaciones por esta hermosa película del sentir merideño aldeano... quisiera tenerla pero no la consigo... solo se que la he visto dos veces por tves

Ramon Zambrano dijo...

excelente película del sentir merideño de un aldeano... quisiera tenerla... en donde la consigo? la he visto por la televisora social tves